Llevo años contando una historieta de una excursión que me ocurrió en un viaje a la República Dominicana hace unos doce años. Ir a La Española hace tantos años no es como ahora que hay vuelos diarios de varias aerolíneas y un sinfín de hoteles y servicios para los turistas. En aquellos años había un par de hoteles (decentes) en Playa Bávaro y otro par en Punta Cana, que fue mi destino.

Como nunca he sido persona de tirarme en una playa a no hacer nada, cuando llevaba allí un par de días decidí apuntarme a todas las excursiones que hubiese disponibles, incluyendo una que era bastante más cara que las demás pero que prometía visitar parajes de incalculable belleza. Se trataba de visitar la Catarata del Limón. Para los cinéfilos diré que esta catarata es la que aparece en una de las primeras escenas de la película Parque Jurásico cuando están volando a la Isla en un Helicóptero. Bien, pese a que en la película la catarata aparece en la orilla del mar, lo cierto es que está perdida en una selva tropical que si no recuerdo mal andaba en la península de Samaná.

Catarata del Limón
Catarata del Limón

Esa mañana, nos recogieron en una furgoneta en el hotel y nos llevaron a un aeródromo de tierra a una media hora de la zona hotelera. Allí nos montamos en unos Tupolev turbo hélice con el interior más estropeado que haya visto nunca y la cabina íntegramente en ruso, con piloto pero sin copiloto ni azafatas. Tras despegar y sobrevolar buena parte de la isla, el piloto, sin previo aviso, se salió a la costa y se lanzó en picado hacia el mar. Cuando todo el pasaje estaba en estado de pánico se asomó por la cortinilla que separaba la cabina del pasaje y sonriendo nos dijo: «Voy a enseñarles las ballenas de cerca». El muy gilipoyas no hablaba de manera figurativa. Se dedicó a hacer unas pasaditas por una zona de mar donde había ballenas. En fin, tras el percance, recuperó cierta altura y se dirigió de nuevo selva adentro. Como era consciente de que no nos había acabado de agradar con aquel picado sin previo aviso, en otra ocasión nos avisó de que no nos asustáramos porque iba a tomar tierra. Yo me pregunté porqué íbamos a asustarnos si estábamos a punto de aterrizar y pronto, no sin cierto terror, descubrí que se disponía a aterrizar en las copas de los árboles, o al menos eso parecía. Se precipitó hacia los árboles y en el último momento vimos abrirse un claro en la espesura y el Tupolev aterrizó en una pista forestal.

Nos las prometíamos felices cuando pensábamos que ya habíamos llegado a nuestro destino. Sin embargo, nuestra odisea no había hecho más que empezar. En la pista nos recogieron unos todoterrenos con la parte de atrás descubierta y un par de bancos de madera como toda comodidad en los que nos montamos y avanzamos durante una hora aproximadamente, hasta que el camino se hizo demasiado estrecho para los coches. Allí nos esperaban unos caballos en los que cabalgamos cerca de hora y media por un barrizal subiendo una montaña a pique cada dos por tres de que un resbalón de los équidos acabase con nuestras Españolas posaderas en suelo Dominicano. Cuando el camino se hizo lo suficientemente estrecho una vez más para que no pasaran ni siquiera los caballos tuvimos que descabalgar y andar durante otra media hora.

Al descabalgar y posarme pesadamente en el fango me hundí hasta cerca de las rodillas. Al sacar el primer pié del fango mi zapato (aún recuerdo que eran unos naúticos Pielsa) se quedó dentro y el fango se cerró rápidamente por el hueco que dejó mi pié. Total, que tuve que hacer el resto del camino descalzo y patinando sobre y entre el fango.

La Catarata del Limón es una obra maestra de la naturaleza, pero ni esta ni ninguna otra obra maestra merece la pena la cadena de torturas que los viajantes pasamos para poder admirarla.

Toda esta historia viene al caso de la locura que hemos hecho esta mañana. Se nos ocurrió desde España, antes de partir hacia Oriente, que ya que íbamos a ver Petra podíamos pasar antes la noche en el mar muerto ya que existe en los mapas una carretera secundaria que une el final del mar muerto hacia el sur con Petra. Lo que no se aprecia en los mapas es que el concepto de carretera secundaria en Jordania es distinto al nuestro y que dicha carretera atraviesa la región montañosa de Edom, que no es moco de Pavo.

Afortunadamente estamos sanos y salvos, pero no recomiendo esta ruta para ir a Petra a nadie, ni siquiera a mis enemigos declarados. Bueno, a esos si. No voy a describir la carretera porque me paso la vida diciendo que odio la literatura descriptiva y sería un contrasentido escribir algo que yo mismo no sería capaz de leer. Sin embargo si diré que hacía mucho, muchísimo tiempo, que no pasaba tanto miedo en un vehículo. Resumiendo, caminos angostos de tierra alrededor de interminables cortados de roca y arena, y todo ello durante una larguísima hora de trayecto.

A lo mejor ahora dejo de contar en las reuniones sociales mi historia sobre el viaje a la Catarata del Limón y empiezo a contar esta. Lo que está claro es que espero no tener la oportunidad de experimentar una historia dentro de algún tiempo que me haga sustituir a la nueva en el catálogo.

Sobre Petra hablaremos, pero será en otro post.