ComidaUna de las cosas que más me relaja y me hacer pensar tranquilamente en lo no cotidiano es cocinar. Yo siempre digo que en la cocina se pueden hacer dos cosas, cocinar y hacer comida, y no son lo mismo. Yo, cuando me pongo, pretendo cocinar, no hacer de comer. El caso es que esta mañana tenía previsto preparar un cocido y anoche empecé por dejar los garbanzos en remojo. Soy consciente de que el cocido se puede preparar en 45 minutos en una olla a presión o incluso en 20 en una ultra rápida, pero no es lo mismo. El cocido hay que ponerlo a cocer a las 10 de la mañana y tomárselo, cuando esté listo, a eso de las tres de la tarde. Muchos de los cocidos autóctonos de la orilla del mediterráneo, sean españoles o no, requieren de tiempos de coción similares o incluso mayores. Mi abuela paterna hacía la Dafina, que se lleva cerca de 24 horas.

El caso es que mientras iba metiendo los ingredientes en la olla iba dándole vueltas a lo que pensarían mis amigos Norteamericanos si me vieran utilizar las cosas que he usado para preparar el cocido. Hueso añejo, tocino añejo, pellejo añejo y costilla añeja, sólo para empezar a darle gustillo al agua. ¿Cómo se traduce esto a inglés? Very old bone, fat, skin and rib cured in salt? Existe una leyenda urbana en España que reza que todos los Norteamericanos son incultos y no saben cocinar ni comer. Su versión Norteamericana es que todos los Españoles vamos vestidos de flamenco y nos pasamos la vida bailando.

Lo cierto es que cada sociedad y cada cultura tiene sus propios usos y costumbres y que no se puede considerar que unos son buenos y otros malos sin caer en tópicos parecidos a los que acabo de mencionar. Los más egocéntricos pensarán que lo bueno es lo Español y lo malo lo que viene de fuera. Suelen ser los mismos que comen en McDonalds y visten de Calvin Klein. Yo soy partidario de quedarme siempre con lo mejor de cada sitio. He estado repasando mentalmente algunas de estas diferencias y voy a comentar las que me parecen más curiosas.

La comida Española, que no es exactamente lo que conocemos como la famosa dieta mediterránea, es una comida grasienta. Está riquísima, pero, en general, es grasienta. Desde el propio cocido hasta el pescado frito pasando por los churros, las porras, el pan con aceite y los huevos con patatas, dudo que alguien se atreva a llevarme la contraria en esto. Sin embargo, tenemos la percepción de que es la comida Norteamericana la que es grasienta, y de hecho, en muchos casos lo es. En definitiva, nos acusamos de lo mismo sin mirar lo que nos comemos. Pero no quiero centrarme en la comida porque hay más detalles sobre los que indagar.

¿Quién no ha escuchado alguna vez a alguien proclamar la incultura Norteamericana basado en que no saben donde está España? Siempre sale alguien con el tópico, alguien que habitualmente no sabe situar en el mapa el 95% de los estados Norteamericanos, o, por añadidura, Perú, Uruguay, Malasia o India. De hecho, si yo tuviese que situar en el mapa muchos de los «nuevos» estados Europeos creo que me columpiaría bastante. Ni siquiera tengo claro si ciertos estados presumiblemente soberanos están reconocidos por España o no. Tampoco se si los Griegos reconocen el estado de Macedonia o es simplemente el nombre lo que no reconocen. Europa siempre ha sido un lío. Al menos ellos no van cambiando nombres, creando más estados, y separando los territorios. Dicho esto, siempre me he preguntado porqué algo tan pequeño como Rhode Island es un estado. Un día de estos lo indagaré.

Si miramos nuestras costumbres y las suyas, tenemos muchos puntos sobre los que abrir debate. Los Norteamericanos tienen las neveras llenas de salsas, cierto, y estoy nos parece chocante a los que guardamos todo tipo de sobras y restos en ellas, la mayoría de los cuales acaba inexorablemente en la basura días después. Nosotros les acusamos de no saber comer, pero tenemos la pata de un cerdo muerto, con sus pelillos y todo, como trofeo perenne colocado sobre la encimera. Si vivimos en ciertos pueblos, nuestras cocinas lucen además ristras de ajos y ñoras colgadas de las paredes y techos. Esto, para ellos, es igualmente chocante.

A la hora de sentarse a una mesa, los Norteamericanos mantienen la mano izquierda (la derecha los zurdos) bajo la mesa, sobre el muslo. A nosotros nos parece una falta de educación. A ellos les parece una falta de educación mantener las dos manos sobre la mesa. La forma de utilizar los cubiertos también es objeto de constante discusión. Nuestra costumbre es más estética, pero tengo que reconocer que ambas cumplen su cometido. Una vez en Kuala Lumpur mi amigo Sudesh nos invitó a su casa a cenar. Sudesh y su mujer son Indús, de tercera generación en Malasia. Aceptamos de buen gusto y al llegar vimos una mesa preparada con una serie de manjares, muchos de ellos con una excelente pinta, típicos de la comida Indú. Sin embargo, no habían preparado cubiertos ni servilletas. ¿Para qué? Ellos comen con las manos y se limpian con la boca. En fin, para mi no fue del todo agradable y de hecho solicité un tenedor, pero para ellos es lo más normal. Para muchos Árabes también. Admito que esta es la única costumbre que me resisto a probar. Sin embargo, no dudo en comerme con las manos el Jamón Ibérico y el embutido en general, el marisco, los pintxos y otra serie de cosas. ¿Cuál es la diferencia? Creo que es mental. En China y Japón comen con palillos y, tengo que admitir, que a mi también me gusta comer la comida Asiática con palillos. No me veo pinchando una porcion de Sashimi con un tenedor. Mención aparte requiere que los Chinos, en general, no comen, sino engullen con el plato pegado a la boca, pero bueno, si te gusta la comida caliente esta es una buena manera de que no se te enfríe.

A nosotros nos parece regular andar descalzos por la casa. No en valde, los que tenemos hijos nos pasamos la vida repitiendo «ponte las zapatillas». Sin embargo, en muchas culturas esto es lo más normal e incluso en algunas, la mayoría asiáticas, es una obligación. En Estados Unidos es también habitual andar por la casa en calcetines, pero lo atribuyo a motivos distintos. En Marruecos y otros países Árabes que he visitado me han ofrecido después de comer fumar una «cachimba». Sólo la he probado (y no me gustó mucho) cuando tuve la certeza de que mi boquilla no iba a ser compartida con el resto de comensales. Pensando en babas recordé que una chica en Cuba me lió y encendió un buen Habano en un magnífico restaurante a base de gestos rápidos con sus brazos, sin tocar para nada la boquilla. Días después, en un lugar con bastante menos glamour, se me ofreció un cubano a repetir la operación y acepté de buen gusto. Me encendió el Habano chupando. Un magnífico puro que murió dignamente en el cenicero sin que yo lo probara.

Ciertos países del norte de Europa comparten la costumbre árabe y norteamericana de eruptar después de comer. Me cuentan (a mi no me ha pasado) que en ciertos sitios no eruptar es un gesto de desprecio hacia la comida que acabas de degustar. No me veo eruptando en mi próxima comida de trabajo, ni siquiera diciendo «excuse me», pero estoy condenado a una digestión más pesada.

En la boda de mi primo en Mónaco la comida y el baile iban entrelazados. Primero un baile, luego el primer plato. Luego otro baile, seguido del segundo plato. Un poco más de cachondeo, seguido del postre. Me pareció una manera bastante curiosa de acabar de cenar a las cuatro de la mañana. En la reciente boda de otro de mis primos, esta vez en Siria, a más de uno casi le dió un síncope porque primero se baila y después se cena. Cuestión de costumbres…

Una última, que si no, no acabo nunca. Me acostumbré en Estados Unidos a comer de vez en cuando con un combinado. Debo admitir que a veces me saturo de tanto vino tinto y tanto aceite de oliva. De ser sanas costumbres han pasado a ser obligaciones, y yo nunca me he sentido a gusto cuando me obligan a hacer algo. Para quién no lo haya probado, recomiendo, de vez en cuando, comer con un combinado (o varios) en lugar de con vino, aunque, mi primera opción siempre sea, aunque quede habitualmente feo, comer con agua.