Ministro de Trabajo
Ministro de Trabajo

Como diría aquel, tengo un amigo que tiene una empresa y está empezando una iniciativa nueva y precisa contratar personal. Dada la coyuntura actual, mi amigo pensó que habría algún tipo de ayuda para fomentar el empleo y que por tanto, cabía la posibilidad de contratar a más personas si el coste colateral (seguros sociales) estaba de algún modo bonificado. Después de todo, mi amigo es un idealista y realmente creía que el objetivo de los políticos era atajar el paro e incentivar el empleo. Quizás la palabra más adecuada no es idealista sino tonto.

Pues bien, con estas medidas en mente, mi amigo realizó una campaña de captación de aspirantes a cubrir los puestos de trabajo. Ofrecía sueldo y condiciones según convenio y además, un buen paquete de incentivos cuantificables y bonus aplicables, todo ello fácilmente mesurable y recogido en el contrato, convirtiendo la oferta de trabajo en suculenta al compararse con las de la competencia. Además, incentivava sobremanera la productividad. A trabajo mejor realizado, mayores ingresos. Vamos, lo que viene a ser la empresa privada.

La respuesta inicial a la oferta fue espectacular. Se recibieron cerca de 1.000 curriculum en unas dos semanas. El equipo directivo de mi amigo había diseñado escrupulosamente un programa de reclutamiento que permitiese seleccionar no sólo a los candidatos mejor preparados, sino a los que tuviesen una mejor predisposición y actitud hacia la oferta. Aquellos con ganas de trabajar, de integrarse en la empreas y de crecer con ella. En este programa, se incluía una entrevista telefónica inicial, unas pruebas personales a realizar en la sede de su empresa y, finalmente, una prueba de grupo con los finalistas para elegir a los candidatos y formar una bolsa de futuras incorporaciones de la que la empresa pudiese tirar si la iniciativa funcionaba correctamente y hacía falta aumentar la plantilla. Vamos, un proceso que puede considerarse profesional, moderno y ético. Después de todo, mi amigo se juega los cuartos para obtener un beneficio propio, pero en el transcurso genera trabajo, riqueza y bienestar.

Bueno, pues la primera en la frente. De los candidatos que pasan la entrevista telefónica y son citados a las pruebas personales, cerca del 50% se descalifica automáticamente, bien por no asistir, bien por llegar desmesuradamente tarde y con las más ridículas excusas, bien por aparecer con su madre en zapatillas, o, incluso, por mostrar una absoluta falta de higiene personal que no sólo atenta contra la imagen de la empresa, sino que también lo hace contra el bienestar del resto de trabajadores. Vaya país! 5 millones de parados y la gente ni se ducha para ir a una entrevista de trabajo! Así nos va!

Pero lo mejor estba por llegar. Después de seleccionar a los nuevos trabajadores, mi amigo descubre que, en realidad, no hay ayudas al fomento del empleo. Supongo que los políticos gastan los fondos públicos en subvencionar cine español o en apoyar iniciativas similares que también generan riqueza, aunque sólo a los Bardén y compañía. En efecto, existen algunas «ayudas» para el fomento de empleo pero los candidatos de mi amigo, ninguno de los 9, no cumplen los requisitos. Las razones son de lo más diversas y vienen a ser algo así: El que lleva parado más de un año no tiene hijos. El que tiene hijos, lleva parado tres años pero tiene estudios superiores. El que no tiene estudios superiores tiene una suegra del Barca. La señorita cuya suegra no es del Barca fue una vez de visita a Timor Oriental y, un parado de larga duración, mayor de cuarenta y cinco años, que ha hecho cursos de formación durante el tiempo que ha estado parado, no cumple el requisito de altura… el pobre es bajito (y «utilizo» la palabra «pobre» con generosidad lingüística).

Total, que aunque mi amigo había contado en sus planes con unas bonificaciones en los seguros sociales que le permitirían contratrar inicialmente a 8 o 9 personas, tuvo que reducir sus planes a 4 o 5 y, por ende, modificar los plazos de su plan de negocio, ralentizar la generación de empleo, riqueza y bienestar.

Y claro, mi amigo se pregunta si merece la pena arriesgar su dinero fomentando el empleo en este país teniendo en cuenta que los recursos públicos se gastan en las partidas más estúpidas y el esfuerzo para fomentar el empleo y la riqueza recae única y exclusivamente en los pobres (en su más amplio sentido) pequeños y medianos empresarios que arriesgan su patrimonio en el camino. Mi amigo es tonto y piensa que si, que merece la pena arriesgar. Yo, en el fondo, creo que no. Si el estado no fomenta el empleo, ¿porqué lo tengo que fomentar yo? ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?

 

One Comment

  1. Muy bueno tu artículo, Carlos, y real como la vida misma.
    El primer problema que presentas es la falta de adecuación del trabajador a la oferta de empleo. ¿Y esto…?. Fundamentalmente porque la política educativa de nuestros gobiernos ha consistido en crear una universidad en cada provincia, todas con la pretensión de excelencia, cuando la verdad es que no hay ninguna entre las 150 primeras del mundo. Esto ha costado un riñón y medio a las arcas del estado pero todo sea por la vanagloria de tener más universitarios que Alemania y Francia juntas.
    En cambio la formación profesional se descuidó por considerarse una formación de poco valor cuando todos sabemos que un gran porcentaje de las empresas precisan empleados con una formación técnica y práctica que al fin y al cabo cubrirán universitarios sub-empleados que no están a la altura -o bajura- del puesto de trabajo, según se mire.
    La segunda cuestión es la falta de «cultura» que padecemos y hasta de educación cívica y ética para desempeñar un trabajo de forma profesional aunque tengamos la acreditación necesaria, ya que esta no es suficiente. Aquí encaja la dificultad en la selección de tu amigo, gran paradoja donde las haya en un país con tanto parado.
    En tercer lugar nos topamos con las políticas de empleo de nuestros gobiernos. Como bien describes, pura casuística pensada para conseguir efectos propagandísticos más que para favorecer la creación de empleo.

    Resultado: no hay empresario que arriesgue un euro en esas condiciones a no ser que esté seguro de que su producto va a tener la demanda suficiente como para embarcarse en este proyecto. Como el que tiene recursos los guarda en épocas de riesgo -no hay nada mas sensible al miedo que el dinero- y el que no dispone de ellos tampoco consume, pues tú me dirás qué perspectivas de negocio hay en estas condiciones.

    Respecto a la pregunta: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano…?, te diré que es la primera excusa o justificación de la que tenemos constancia para dar rienda suelta al egoísmo congénito que nos caracteriza como especie. Desde el origen todo puede justificarse, o ¿acaso no es justificación la repuesta de Adan: «La mujer que Tú me diste, me dio de esa fruta y yo la comí.» ?

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